Por: Patricia Delgado.

El Arzobispado de Lima, a fines de enero, decidirá la suerte de la galería símbolo del jirón Quilca, «El Boulevard de la Cultura», dejando posiblemente un gran vacío en sus alrededores. Dentro de este mundo, quizás pronto solo en el recuerdo, está la historia de Oscar Niño de Guzmán, uno de los tantos personajes que logran hacer del jirón Quilca un lugar único lleno de libros, antigüedades y artículos inimaginables.

“YO SOY PARTE DE ESTA ZONA”

Entre las pintorescas pero descuidadas calles del jirón Quilca, encontramos gran variedad de personas que gustan de una vida bohemia pero a la vez culta e incomprendida por muchos. Es en estas calles donde un hombre de 60 años, junto con sus arcaicos libros, fotografías en blanco y negro de famosos olvidados y objetos raros (algunos con valor histórico), disfruta de un pasatiempo que ha hecho de él un personaje inusual para aquellos que creen llevar una vida colmada de saberes y experiencias placenteras. Oscar tiene gran estatura, cabellos blancos y una esbelta figura; su piel pálida-blanca y su buen inglés podría hacer pensar —a cualquier transeúnte que lo viese conversando con algún turista— que él es uno de esos “hippies” extranjeros con la costumbre de pasear por los alrededores de la «Lima antigua»; aunque la primera impresión no siempre es la más acertada. 

Cada mañana en su casa ubicada en el distrito de Breña, Oscar inicia el día con una sesión de yoga y una dieta naturista, la cual ayuda a que su equilibrio emocional y espiritual —frágil debido a las desventuras de su juventud— se mantenga. Luego de ello, a partir de la una de la tarde, tranquilamente se dirige a su pequeño puesto de antigüedades y curiosidades que sigilosa y apasionadamente administra hasta hoy.

«SIEMPRE ME GUSTÓ LA VIDA BOHEMIA»

Lleva 20 años trabajando en la venta de artículos diversos, los cuales son admirados por aquellos que aún tienen el espíritu de la contracultura corriendo por su sangre.  

Su madre, una mujer sureña que crió sola a 5 niños —4 varones y una mujer—, se esforzó para sacar adelante a sus hijos lo cual no fue suficiente. Oscar comenzó a trabajar a los 14 años ayudando en ventas de ropa, colaboró con vendedores ambulantes y así logró culminar su educación secundaria.

No estudió una carrera universitaria o técnica y aunque su pasión siempre fueron los libros, el coleccionismo de antigüedades, la buena música, la cultura y la vida bohemia atraían su fascinación diariamente.

Más tarde, durante mucho tiempo, logró trabajar en el almacén de un hospital gracias al apoyo de un familiar; pero eso no llenaba sus expectativas, Oscar quería más que ser un simple supervisor de almacén. Es así como decide dejar su trabajo y con el dinero ganado arriesgarse en dedicarse a su verdadero amor.

«SIN ESA OPORTUNIDAD ESTARÍA EN LA CALLE»

Primero empezó a vender sus libros en una galería con puestos en la calle, junto con otros que también tenían el mismo gusto por esa cultura crítica pero a veces marginada; tristemente fueron desalojados durante la gestión de Alberto Andrade. Aunque parecía que todo marcharía mal, la suerte llamó a su puerta, pues conoció y se hizo amigo del dueño del bar “La Noche” —Manuel Luna— en la esquina de Quilca; él le dio la oportunidad de administrar el lugar mientras arreglaba el actual local de “La Noche” en Barranco. Es así como se quedó administrando el bar y también la galería, trabajando en la primera a espaldas de esta última por aproximadamente 3 años. Durante ese tiempo a Oscar siempre se le podía encontrar parado en la puerta del pasaje del bar y, como buen amante de la cultura subterránea, le daba oportunidad a los jóvenes que se iniciaban en la música para que puedan difundir su arte, así como también a artistas y poetas incomprendidos que recitaban por las noches sus ilusiones, sueños y pesadillas. 

Los obstáculos que ponía la Municipalidad de Lima de esos años lograron finalmente que el dueño del bar cerrara definitivamente el lugar. Fueron fascinantes aquellos años, pero no era impedimento a que Oscar continúe con su pasatiempo.

Finalmente, Oscar consigue alquilar un pequeño espacio en la galería frente al “Boulevard de la Cultura”, donde muchos como él también dedicarían su tiempo en ofrecer a los viajeros y aventureros cultura analítica, crítica, incisiva y profunda. Claramente, este hombre de apacible figura ha logrado observar durante todos sus años vividos en Lima, los cambios sufridos de esta ciudad que algún día vistió de las mejores luces de los pensadores y personajes más importantes e influyentes del país.

Él asegura saber las cosas más oscuras y espinosas que llevaron a la decadencia de esta parte de Lima, pero personas como él, con claros ideales, son temidos y marginados por la sociedad para evitar que este sistema injusto cambie.

Más cultura, MÁS EDUCACIÓN
El riesgo al desalojo que corren personas como él es el inicio del fin de lo que queda de contracultura en la capital y se espera que al llegar a un acuerdo se pueda trabajar y mejorar para que el jirón Quilca vuelva a brillar con los recuerdos y las obras de los grandes artistas que alguna vez pasaron por allí y que aún pueden volver.