Apuntes desde ningún lugar: escenario patrimonial peruano y pandemia COVID-19, por José Hayakawa
“Preocupa demasiado el estado actual de la gestión patrimonial, pero insistimos en que la coyuntura actual genera un momento singular y una oportunidad de salto cualitativo que no debemos desaprovechar”.
Por: José Carlos Hayakawa Casas.
Doctor Arquitecto. Gestor de la cultura y el patrimonio. Urbanista.
Inicio esta reflexión situado en el mismo lugar donde hace 37 días vengo trabajando disciplinadamente. En las mismas cuatro paredes y como muchos otros observando el incremento de una pérdida de sentido colectivo e individual que esta crisis empieza a mellar en nuestro día a día. Es desde ese “ningún lugar” —como lúcidamente refirió el sociólogo Alain Touraine en una entrevista reciente— donde me ubico, observo y me pregunto.
Sin embargo, gracias a la telecomunicación, enriquezco mis reflexiones con las perspectivas de colegas de Lambayeque, Cusco, Arequipa y Lima, quienes me ayudan a aterrizar en los impactos y a soñar en los desafíos que le esperan al patrimonio edificado peruano postpandemia COVID-19. Desafíos que nos esperan…
¿Cómo la emergencia sanitaria por la COVID-19 ha encontrado al escenario patrimonial del Perú? Pregunta compleja con respuestas múltiples. Intentaré apuntar en algunas de ellas. La primera observación es que —como en todas las esferas de nuestro país y en muchos más a nivel planetario—, no estábamos listos para una crisis como esta.
Por ello, desde los marcos de gestión y administración se puede reconocer la ausencia de un formato gestionario de crisis que permita desarrollar acciones coordinadas, coherentes y con una mirada estratégica que trascienda el corto plazo y empiece a prospectarse en los desafíos venideros. Lamentablemente, nuestro Ministerio de Cultura y nuestros Gobiernos Regionales y Gobiernos Locales han carecido del liderazgo técnico necesario para pensar cómo mantener nuestros monumentos y museos ahora abandonados y potencialmente afectables por invasiones lucrativas o demoliciones alevosas.
Asimismo, la planificación ha brillado por su ausencia y la respuesta ha devenido errática, fragmentaria e ineficaz, tamizando desde la praxis lo que no se hizo y lo que sirve, no solo desde las demandas de la conservación de los objetos patrimoniales sino desde la apropiación social de sus sujetos patrimoniales. La ausencia de protocolos específicos y lineamientos técnicos o de facilidades para la atención y participación ciudadana desnudan esta situación de orfandad clamorosa.
Con relación a los dispositivos legales y financieros se ha generado un desbalance que evidencia la descomunal concentración en el turismo como excluyente norte cuando se habla de buscar recursos económicos. Ello ya está pasando factura no solo a los millones de soles de ingreso generables desde los recursos directamente recaudados de nuestros productos bandera, sino a los miles de trabajadores que han dejado de laborar en tareas de conservación e investigación patrimonial y a numerosos negocios asociados directa e indirectamente a la dinámica turística (hospedaje, restauración, transporte, ocio).
Y entonces, ¿qué se viene con relación al patrimonio edificado peruano post-COVID-19? O mejor, ¿qué podría venirse? Pues considero que una crisis también puede devenir en una oportunidad. Y es lo que tenemos por delante si asumimos que afrontaremos un mundo que debe abandonar el modelo económico de explotación insana de los últimos dos siglos y que ha predominado especialmente en la segunda mitad del siglo pasado y en los inicios de este.
Y en esa línea, el patrimonio edificado debe reposicionarse también retornando a sus raíces y reinventando su rol. Porque si caemos en cuenta de que lo patrimonial alude a su condición ineludible de construcción social entonces resulta claro que el nuevo énfasis debe recaer en los sujetos patrimoniales, quienes asignan a los objetos patrimoniales sus valores y les dan sentido en el tiempo presente, a su vez tiempo metodológico del patrimonio.
Para ello necesitamos una estrategia integral que apele a un nuevo modelo de desarrollo, más equilibrado en el territorio, sostenible ambientalmente y donde el turismo —con un peso presumiblemente significativo en las demandas locales, regionales y nacionales— tenga un espacio importante pero no excluyente, complementado por otras ofertas culturales que aprovechen de manera diversificada y creativa la economía de la cultura y consoliden nuevos públicos. Ello implica colocar en el centro de las políticas públicas al ciudadano priorizando su agenda social y calidad de vida antes que la exclusiva rentabilidad económica.
En ello, el rol repotenciado de lo público resulta estratégico e impostergable. En primer lugar, para asegurar mínimamente la continuidad de los recursos humanos y de las labores de mantenimiento y conservación de los bienes monumentales. Pero además para aprovechar esta “pausa forzada” para reordenar el sistema público de gestión patrimonial, mejorando la intersectorialidad de las políticas públicas, optimizando los procedimientos de cara al ciudadano y permeando su liderazgo con la participación de muchos más actores sociales.
Cabe acotar finalmente que preocupa demasiado el estado actual de la gestión patrimonial, pero insistimos que la coyuntura actual genera un momento singular y una oportunidad de salto cualitativo que no debemos desaprovechar. Si el patrimonio del Perú es verdaderamente construcción social y no escenografía banalizada y divorciada de la agenda social contemporánea, entonces el ejercicio de una ciudadanía cultural debería resultar transversal a todo el proceso de reinvención de nuestras entidades y no retórica pura. Renunciar a aquello es renunciar a asumirlo como un aporte esencial para construir un país reconciliado con su herencia colectiva y cómo desde ella y desde sus actores culturales podemos contribuir decididamente a ese noble fin. Es decir, asumir nuestra diversidad cultural como horizonte y factor diferencial.