Por: Carina Moreno Baca. 

Comunicadora y Gestora Cultural.

Un día nos encerraron en nuestra casa y todos los proyectos que teníamos en nuestra agenda se paralizaron. Había que priorizar la vida ante todo lo demás. Una cuarentena necesaria con la familia o con quien hubiéramos decidido pasarla. Luego del primer impacto, tomamos unos días para adecuarnos a una nueva rutina y entender que teníamos que reinventarnos. Que ya no se programarían pasadas de teatro, ni conferencias de prensa, tampoco podríamos ir a entrevistar a los expositores sobre sus conferencias y las temáticas que manejaban. La vida era otra y había que pensar en cómo seguir cubriendo y difundiendo información en las páginas culturales sin que nada pasara. La prensa no se detiene.

Porque necesitamos que se hagan obras de teatro, conciertos, conferencias y festivales para tener algo que decir, algo que contar. Una interacción de ida y vuelta que se necesita y una depende de la otra. Hasta que al otro lado comenzaron a decir y a hacer. Ya para entonces, nosotros habíamos iniciado a contar lo que ocurría, a analizar lo que ocurría y además a entender cómo sería todo cuando pudiéramos volver a salir. La conclusión: nada sería como antes.

El periodismo cultural si bien ya había pasado también a la virtualidad, debería encontrar una nueva manera de contar historias o producirlas. Las agendas culturales comenzaron lentamente a difundir conciertos desde casa, visitas virtuales a museos, obras de teatro que fueron liberadas por las instituciones que las produjeron, como el Teatro de Lucía, el Gran Teatro Nacional, La Plaza, Preludio, el Teatro Británico, además de otras propuestas que llegaron de diversas partes del mundo. A eso se sumaron conciertos de artistas locales e internacionales en directo vía Facebook Live o en Youtube.

Escribir, comentar, entender. Nos tocaba nuevamente ser los primeros en descifrar y comunicar este nuevo mundo. Esta nueva forma que ya no me permite el acceso directo, sino un contacto, a veces, en simultáneo, con los artistas que normalmente veíamos en el escenario. Todo mediado por una pantalla del equipo que tengamos a la mano y hayamos elegido utilizar. También se dedicaron muchas páginas a reflexionar en torno al futuro y cuáles serían las medidas para seguir adelante. La problemática del medio cultural, informal, independiente, autogestionario, también necesita un espacio para reflexionar. Aún no se encuentran soluciones, pero se han iniciado las acciones: la agremiación necesaria y la elaboración de un padrón actualizado.

A pesar de la situación, los artistas comenzaron a producir para la virtualidad. Teatro producido en plena cuarentena y pensado para ser difundido desde las pantallas, trasmitido en directo por una plataforma. Esta es la experiencia que hace unos días tuvimos la oportunidad de vivir. “Pausa o cómo me preparo para el fin del mundo” es la primera iniciativa del colectivo Tubo de ensayo. Dos actrices (Melissa Lindley y Flavia Goya), una dramaturga y encargada del control desde la plataforma (Nae Hanashiro) y una directora (Micaela Valdés), cuatro jóvenes mujeres dedicadas a las artes escénicas que buscaron crear desde el encierro, en torno al encierro. La obra realizará cuatro presentaciones gratuitas desde la plataforma Zoom.

La tarde del martes cuando vi esta obra como quien regresa a las salas, recuperé el lado periodístico que habita en mí. Sentí nuevamente la necesidad de contar y de decir, de permitir que a través de mis palabras alguien se enterara de esta posibilidad y pudiera vivirla como lo hice yo. Yo decidí ser periodista cultural en la adolescencia y la vida me permitió lograrlo. Es un camino que, pese a los vaivenes de la vida, no he abandonado porque no puedo. Siempre que me siento en un espectáculo o descubro una iniciativa que me parece interesante difundir, me lanzo a la tarea. Hemos ingresado a una nueva etapa, y yo me adecuaré a ella.