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La escultura conmemorativa a Cristóbal Colón en peligro otra vez, por Max De La Rosa

“En última instancia, señalo a título personal una opinión, que a la luz del simbolismo colonialista irrefutable se cambie de lugar a un museo donde se pueda apreciar la escultura, de modo que se halle protegida, y no en la condición de desprotección en que se halla hoy”.

Publicado: 2020-06-14

Por: Max De La Rosa

Historiador del Arte con estudios en Derecho.

Como historiador del arte me pronuncio sobre una escultura que pienso que se haya en peligro de ser vandalizada o algo peor. Al respecto suscribo a Jacques Thuillier, quien en su libro Teoría general de la historia del Arte señala que: “La historia del arte se encuentra… frente al hecho… irrefutable, de ser ampliamente responsable de su objeto” y resalta que André Chastel, como historiador del arte, “no se limitaba a sus libros y a sus cursos, sino que se complementaba con una incesante acción de defensa del patrimonio francés e internacional”. Así también podríamos citar en nuestro país al profesor de Historia del Arte, el florentino Bruno Roselli, denominado el loco de los balcones, catedrático de San Marcos y de la Católica; quien enérgicamente protegía y compraba balcones limeños que consideraba invaluables y únicos en su estilo para regalarlos de modo que se conserven frente a la modernización.

Mi preocupación, la cual hago expresa en este escrito, es por La estatua conmemorativa a Cristóbal Colón realizada por Salvatore Rivelli llegada a Lima desde Génova en 1858. Esto a raíz del contexto político, económico y social en crisis a nivel global magnificado hoy por la COVID-19. Desde el año pasado, nuestro continente se halla en efervescencia. Se realizaron protestas de orden social y económico en Chile, Ecuador y Bolivia. En estos dos últimos presentó la participación de poblaciones originarias, lo cual agudizó la situación. En estos países las protestas dañaron el espacio público. En este orden de ideas es necesario tener presente que el golpe de estado en Bolivia llevó al poder a un gobierno conservador que tuvo como primeras acciones quemar wiphalas, símbolo de la cosmovisión andina, con la frase “La Biblia vuelve a Palacio”.

A nivel del imaginario social se consumió The Joker, película que muestra cómo una ciudad corrupta y desigual es caldo de cultivo de protestas. La ciudad, en este orden estructural de abandono y menosprecio de quienes se hallan en posición social de trabajadores, genera a nivel inconsciente malestar emocional en la población, una suerte de presión sobre resorte. De igual modo, en nuestro país, asistimos a la expectación de La Revolución y la tierra, filme que muestra cómo por un lado se beneficia a un grupo de poder económico en desmedro de otro atropellando derechos fundamentales en nuestra historia reciente. La película culmina con una escena contemporánea en la que un ciudadano que protesta en La Convención en Cusco dice algo así como: “Nosotros también somos personas”.

Nuestro país se halla, aún hoy, inmerso en temas como el de Tía María. Estamos a menos de un año del Bicentenario y la COVID-19 ha desnudado un país informal, en donde para que se hagan efectivos nuestros derechos se tiene que bregar, si no, pues, son invisibilizados. Asimismo, los medios han demostrado racismo y clasismo en expresiones de actores, conductores de televisión y periodistas. Con estas características nos hallamos en medio de una problemática internacional de protestas y destrucción del espacio público y saqueos iniciados en Estados Unidos por la muerte de George Floyd y todo lo que implica ello en tanto respuesta de acción directa ante el racismo imperante.

En este sentido, nuestro país no es ajeno a alguna explosión social de protesta. La onda expansiva por Floyd llegó a Europa. En Inglaterra se derribó una escultura de Edward Colston, un comerciante de esclavos. En Bélgica se realizaron pintas sobre la escultura del rey Leopoldo II, quien colonizó y esclavizó el Congo. En Estados Unidos, la estatua de Jefferson Davis, presidente confederado que defendía el esclavismo ha sido vandalizada. Así también ha se han presentado pintas reivindicativas sobre la estatua de Cristóbal Colón en Miami, y en el caso de Boston se ha decapitado a una escultura del “descubridor” de América.

El daño se realiza a nivel patrimonial, sobre el espacio público y obras de arte, en este caso, esculturas que simbolizan racismo y colonialidad. Acerca de este indicador, es importante señalar que no es sorpresa que en el área de Derechos Humanos, la UNESCO, las mujeres, la población afro, los pueblos nativos se hallen rotulados por la UNESCO como grupos de especial protección y en nuestro país se denominen poblaciones vulnerables. La causa de esto es que por su condición se hallen en situación de no tener los mismos accesos a sus derechos fundamentales en equidad y bienestar, es decir, las condiciones mínimas para disfrutar de igualdad de oportunidades para desenvolverse en integridad moral, psíquica y física.

Daniel Vifian, en su tesis Escultura civil público estatal en Lima de 1852 a 1860, nos da luces sobre la escultura de Colón ubicada en la avenida 9 de diciembre en Lima. En la escultura apreciamos a Cristóbal Colón vestido con una capa, una gorra con plumas, y a su lado “[...] derecho, una hermosa mujer desnuda –una “india”– [la cual] representa obviamente a América; con una mano sostiene la cruz, mientras desdeña una flecha con la otra”. El Dr. Alfonso Castrillón recalcaba esta cita, ya que entendía que la escultura se había mandado a realizar debido a que la sociedad de entonces identificaba en el personaje los siguientes valores: “la fe como portadora de civilización, el progreso, la ciencia”.

En esta misma línea, Vifian nos indica que la Dra. Nanda Leonardini consideró que “[...] el mensaje de la obra transmite, además [del cristianismo como fe única], otras cuatro ideas: civilización, racismo, sexismo e ideal estético europeo”. Vifian continúa y sugiere que no habría racismo en la figura de la india debido a que: “[...] no está haciendo referencia al indígena concretamente, sino que es una imagen alegórica, didáctica o estereotipada en todo caso; y por ello, el “sexismo” no está contemplado tampoco, pues la imagen debió ser necesariamente femenina, ya que, redundando, la ya larga tradición alegórica lo estipulaba así”.

El autor continúa sobre la obra y señala que puede ser interpretada de otras maneras y que aun cuando el país a mediados del siglo XIX era racista y sexista, la representación de la india de tipología caribeña no posee en ningún caso una indignidad en su representación artística, “[...] pues la estatua alegoriza a América, y no al indígena”. Luego reflexiona sobre el contexto en el que se colocó la obra y concluye que el simbolismo de la obra posee como intención sobre el indio: “[...] desaparecerlo: la mujer arrodillada no es una indígena, es América vestida en el lenguaje simbólico convencional de una india. La distinción es tenue, pero poderosa”.

Nuestro Colón no escapa al simbolismo colonial, sino pues lo hace patente. Sugiero y exijo una mayor atención a esta escultura. En última instancia, señalo a título personal una opinión, que a la luz del simbolismo colonialista irrefutable se cambie de lugar a un museo donde se pueda apreciar la escultura, de modo que se halle protegida, y no en la condición de desprotección en la que se halla hoy, a causa de su alto valor estético. Y a que a pesar de que a algunos les guste o no, podamos apreciarla como lo que es, como una obra de arte en cuyo mármol y factura se cristaliza el pensamiento de un grupo de poder, como parte de la historia del Perú, una República aún en formación.


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