El pesimismo de la vida nueva, por Diego Paitan
Acerca de la actualidad pictórica de Iván Fernández-Dávila.
Por: Diego Paitan.
Historiador del Arte.
El arte peruano contemporáneo nos brinda en la actualidad una confluencia de propuestas variadas, distorsionadas, inequitativas, cáusticas y de rentabilidad relativa. Gran parte de la responsabilidad se debió a las plataformas institucionales de gestión y promoción cultural durante la crisis sanitaria vigente, la parafernalia artística basada en valores éticos, políticos y sociales equiparables a otros contextos, sino más estables, más viables a incitar [di]soluciones, así como artistas predispuestos a transformarse de acuerdo a la coyuntura desde o a costa de su propia tradición visual.
Aun dentro de esas latencias, desconexiones y excentricidades, surgen voces que canalizan la experiencia humana contemporánea colectiva durante un problema humano. Parte de ese conglomerado de púlsares locales, el pintor Iván Fernández-Dávila, logró reincorporarse al campo artístico limeño a través de seis pinturas de gran formato.
Fernández-Dávila es un pesimista animoso, lóbrego, práctico, pero sincero, afable y consecuente. Tras visitar su taller en algún momento del 2020 me percaté que se aferra a aquel pequeño espacio cálido de lo que constituye su vida, obtenida a costa de varias circunstancias místicas y profanas y la que conserva, o trata, incluso dentro de sus contradicciones actuales, plásticas y éticas. Aunque su pintura es casi una carta de presentación, el clásico lienzo tensado y narrativo cual bitácora, él desea [o trata de] mantener su distancia frente al hecho plástico en ciertos cuadros. Es visible el remanente del vanguardismo del siglo anterior, sus referentes estéticos a veces visibilizados demarcan una prontitud en su naturaleza, el autodidactismo. Esta noción le confiere propiedad para sentirse autorrealizado y legar autonomía frente a los referentes que ha perseguido, fortuita y sagazmente, como coleccionista. Los cicerones modernos que tuvo tras su exploración pragmática, paulatina y por momento, de largas meditaciones [Soutine, Van Gogh, Kirchner, Bacon, Gauguin, Cézanne, Kokoschka, Humareda, Herskovitz, Polanco, et al], lo han resuelto seguidor de un modelo de artista capaz de sincerarse ante sí mismo y modularse ante los demás. La experiencia de vida le basta para sentirse capaz ante la falsedad de los roles sociales y profesionales que limitan las inteligencias humanas.
En la muestra Tierra Habitada de Fugaz- Monumental Callao el pasado noviembre, Fernández-Dávila presentó Los ejércitos de la noche [óleo sobre tela, 180 x 160 cm, 2020] y El Fin del Verano [óleo sobre lienzo, 140 x 120 cm, 2020]. La banalidad de los placeres burgueses en un azul profundo, es exhibido en los hombres ante el éxtasis del licor y el cigarro en escenas insólitas: un hombre blanco sujeta a un bebé afrodescendiente o la pareja caucásica y afrodescendientes entregados al amor, el erotismo de una pelirroja pálida y lineal a su pareja frente a un ser oscuro cadavérico, un infante solitario con flotador, et al]. El nado individual y la pareja en lancha acuática ante una inmensa ola revela ese tiempo congelado que evoca el pintor antes del clímax de tensión con tinte a crítica social sobre el amanecer postpandemia.
Los ejércitos de la noche revelan esa perturbación de las dominaciones absolutas frente a su contraparte, símbolos alegóricos de pseudo resistencia. El ocaso y el fuego al unísono traen es la polaridad de afecciones sobre el arte occidental que también es una tensión involuntaria: de las esculturas grecolatinas derruidas como quiebre de órdenes canónicos [curiosamente por un posible hombre alcoholizado con botella a punto de estrellarla sobre aquella] al flagelo del caballo azul de Der Blaue Reiter, vanguardia histórica del expresionismo alemán que, al verse sometido por un chimpancé que fuma, apela al sentir del pintor sobre la posteridad crítica de su propia base estética al mismo tiempo que una visión decadente sobre la naturaleza del arte contemporáneo y sus oficiantes. Pero ello supera el arte. Desde su visión, aunque una causa social sea justa, siempre existen farsas. “El ser humano es un animal que tiende al fanatismo, a la impostura, la exageración y locura”. La participación social en Black Lives Matters del 2013 a nivel mundial condujo a diversas respuestas. La registrada por el pintor es el snobismo, la inauténtica responsabilidad moral, esa necesidad de pertenecer a un grupo o filiarse superfluamente a la coyuntura, visto en la joven rubia con pañuelo verde —símbolo estereotipado del feminismo— y polo blanco con la frase mencionada, afanada en los selfis.
Otros dos temas de ese año marcan la pauta. La Vida [óleo sobre lienzo, 180 x 160 cm, 2020] evoca ese empedernismo por volver a la normalidad pasada. El pintor se instala en tercer plano con su caballete para retratar un bacanal nocturno de personajes familiares, desde una marcada distancia de roles de género. Esto último se da por exhibir a las damas como complemento de los entroncamientos y directivas patriarcales de las mesas reunidas. Producida durante los meses más difíciles de la pandemia, el registro oportuno [e irónico] se da en solo una mujer con mascarilla, rodeada de la típica parafernalia social de las reuniones clasemedieras sin los cuidados actuales. Pero la línea del cuadro supera esto, existen muestras de amor, desidia, música [el poeta Rodolfo Hinostroza como el hombre con tambor basado en una fotografía], conflictos, creatividad y relatos autobiográficos sutiles [el pintor y sus parejas] lo que resume la complejidad de la vida [y la del autor].
En Marsias. Malos Presagios [óleo sobre lienzo, 120 x 100 cm, 2020], el fatalismo totalitarista es inmediato. Un mono expurga a un vegano enajenado [reconocible por su distintivo en la muñeca] situado en la zona derecha. Fernández Dávila reconstruye al arquetipo de hombre común bajo el fauno Marsias, desollado por los despóticos, bajo la figura contradictoria de Apolo, vuelto en un afrodescendiente afeminado cuya imagen personalizada el artista no apela a un racismo sino a una crítica por el uso de las minorías étnicas y sociales con fines políticos. ¿La razón? Los perseguidos mutan a través del tiempo en los perseguidores. El pintor alude al pensamiento de la periodista marxista chilena Marta Hanecker en la década del 60 sobre la absorción de las minorías y grupos sociales marginados por la izquierda, entre los que incluyen el ecologismo y animalismo, para respaldarse. Existen fuerzas endógenas que manipulan desde las sombras a través de buenas intenciones. El híbrido oscuro con faz cadavérica acecha en el margen izquierdo mientras otro humilla la piel de un hombre consumido. Finalmente, el pintor hace uso del perfil del carismático y dictador Adolf Hitler —pintor y también proteccionista de animales— ante el Gólgota y sus cruces: política y religión como un cocktail ideológico de absolutos.
En su lucha por la sutilidad del año pasado, estos meses del 2021 dio vida a dos óleos más, Tendremos que sufrirlo todo de nuevo [óleo sobre lienzo, 120 x 100 cm, 2021] y Los vivos y los muertos [óleo sobre tela, 180 x 160 cm, 2021]. Ambas escenas son la muestra y prueba vital de su presente. En el primer óleo, título tomado de Setiembre 1, 1939 de Wystan Hugh Auden, Fernández-Dávila crítica las libertades reprimidas en las restricciones sociales impuestas, si bien desde un referente local como la política interna durante la pandemia en el país, refiere una intuición por un nuevo militarismo, probablemente de ultraderecha por surgir a nivel mundial. Un militar, cual especie constrictor, rodea a una pareja con cuatro niños. Discrepo en el tópico de la familia como núcleo social que podría asimilarse desde la óptica del artista. El aprisionamiento es sistemático, no solo captan a sus congéneres, vierten un aliento directamente al rostro mientras agreden sexualmente a una mujer y raptan a una niña. Los vivos y los muertos muestran un mundo tórrido, donde los ocres, azules y verdes pétreos detentan frigidez. Distintos seres figuran en camillas, desnudos e inertes se acompañan en la espera de ninguno. El rostro de un ser luminoso cruza un umbral ante un sol negro emergente. Los dos términos que lo rodean, copulación y muerte, son las tensiones existenciales viables en ese frenesí por la sujeción a lo cognoscible de la vida o la desesperación ante la eternidad ignota. Ataúdes sobre el hombro, orantes, seres afligidos con rostros desencajados, descorazonados o buscando refugio, demuestran el escenario que dejó [y sigue] el COVID-19 y sus múltiples variantes a nivel mundial. El pintor, espectador en ambos escenarios, desdobla lo ficticio sobre lo real.
Estos cuadros son fruto de la maduración que Fernández-Dávila puso en sus series pasionales, donde aborda desde el cuerpo afectivo la pasión y éxtasis humanas. Felaciones, acrobacias sexuales y desencuentros en lechos inciertos, todas pistas de una bohemia latente, al lado de la metafísica y control temperamental sobre los sentimientos familiares. Sus pinturas también demandan otras ventanas, la ternura y la cautividad sobre la musa amada es historia aparte, aunque lugar común. La desolación de la pandemia y la ambivalencia de la vida nueva “esperanzada” de violencia o ultradictaduras lo han afectado. Fernández-Dávila, aunque goza del color, defiende una óptica de un mundo en escala de grises, y que se tornó más cruda por lo sufrido. Añado, las excentricidades sobre el pesimismo lo llevan a la empresa de registrar desventuras y compendiar memorias sobre personajes variopintos con desolados futuros, hoy tristes pasados. Este gusto le provee de un aura de subsistencia, de un futuro evitable. Intuyo que, incluso, la instrumentalización de la crítica por Fernández-Dávila desde sus ejercicios plásticos han de tornarse un medio, y no un fin como divisaron anteriores voces críticas sobre él, para luchar contra la corriente y el mañana.
Sobre el autor.
Diego Paitan Leonardo es licenciado en Arte por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Candidato a Magister en Arte Peruano y Latinoamericano (UNMSM). Investigador independiente, docente, crítico e historiador de arte. Autor de El ojo en la palabra. La crítica de arte de Teófilo Castillo en la serie de ensayos En viaje. Del Rímac al Plata (1917-1918) (2019) y de diversos artículos en revistas especializadas sobre el arte peruano y latinoamericano entre los siglos XIX al XX.