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No hay prólogo que valga cuando el amanecer se rompe en derrumbes sobre la pirámide de Muyumuyu. A 3 300 metros, el viento sacude las totoras y deja claro que aquí arriba respira otra república: la de los Chankas que aún discuten con las piedras. Sóndor, diez hectáreas de plataformas rituales y 500 escalones que suben como una espina dorsal hasta el ushnu, pareció latir otra vez el 14 de junio, la fecha que la historia marcó con tinta de guerra y que el calendario turístico disfrazado de fiesta. Sóndor late como una llama vieja que se resiste a apagarse.
La fecha se adelantó una semana para no chocarse con la maratón etílica que el alcalde Abel Serna organiza por el Bicentenario de Andahuaylas; prioridades municipales: brindar primero, velar después. Es irónico y hasta una burla, cuando el alcalde diga que se siente orgulloso de ser descendiente chanka. Cuando Sóndor, la principal evidencia arqueológica se derrumba (El lado norte sufrió un deslizamiento donde se destruyó parte de la construcción histórica). En cambio, para la maratón etílica y la borrachera masiva en el estadio de Kunkataca vinieron nada menos que los mejores vendedores de cervezas, aunque ellos llaman artistas: David Sauñe, Bella Luz, Dilber Aguilar, Azucena Calvay, Karibeña, Amaranta; como yapita pusieron al olvidado grupo Los talas, quienes deberían ser promocionados por lo alto por ser locales.foto por: Hasaf Muñoz.
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- Más de mil actores —sí, mil— ocuparon las laderas como si la cordillera hubiese germinado guerreros. No hubo dron que alcanzara a encuadrar semejante coreografía de lanzas, unkus de algodón, sandalias de cuero del cuello de llama; tuksinas afiladas; escudos de madera forrados de cuero de puma y maqanas en mano. Desde hace veintiún años ensayamos el mismo arrebato: recordarle al Cusco que la primera gran sacudida que sufrió no vino del altiplano ni de la selva, sino de este confín llamado Sóndor, donde los cóndores dan la vuelta en seco y el maíz se tuesta bajo un sol que no sabe de invierno. Un esfuerzo de gente que cultiva y lleva la sangre chanka en las venas, porque de lo contrario, sin financiación sin puesta en valor de Mincul, la identidad corre el riego de perderse como el champan con la que brinda Boluarte. Desde hace veintiún años, en la que Rómulo Tello Valdivia escribió el primer guion; Máximo Guizado, Aurora Torrín y otros ensayaron la representación en situ.
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- Este año, me tocó ser Huamanhuillca, jefe del morro occidental. Entré en escena rabiando contra Astuwaraca —maldito sea su buen porte— y salí dándole un abrazo: descubrimos que nuestra sangre olía idéntico a chicha. Ironías de la etnología: uno no mata al vecino cuando descubre que sueña con el mismo apu. Astuwaraca invadió mi pueblo, cuando mis experimentados guerreros estaban en labores agrícolas. Sus ejércitos robaron mis doncellas, pero devolvieron porque era un antiguo primo mío que venía uniendo fuerzas contra los yanawaras, aliado de los incas. Acaso, los chankas invaden Cusco como medida final después de constantes incursiones en sus territorios fértiles por parte de quechuas, yanawaras y el propio Wiracocha.
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- El director, Ibar Oscco, que dice descender de Osccowillca y lo proclama como si mostrara un carné sindical, me encomendó dos papeles en plena jornada. Me ascendió a capitán proveniente de Huancavelica y parte de Ayacucho, Huamanwaraca, último en llegar al war room pero primero en reventar el portón del Cusco, y el primero, cómo no, en morir bajo la macana de Pachacútec. Tuve que descender desde los nevados por esas curvas infinitas en la ladera del apu Ccorawiri. Tuve que venir, porque no me quedó más opción que vengar la muerte de mis dos hermanos que han sido secuestrados por los agentes ladrones de Pachacútec. Aplausos. Telón. Siguiente escena.
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- La dramaturgia no fantasea: los Chankas estábamos hartos de los Yanawara y los Qusqurunas que merodeaban los valles del Pampas y Pachachaca como mosquitos imperiales. Así que Anccohuayllu, mi compañero de batallas, reunió a sus jefes: tres frentes, cuarenta mil hombres, y apuntamos al corazón de Wiracocha. El viejo inca huyó con la dignidad enrollada como manta, dejando al tercer hijo, Cusi Yupanqui, a merced de un suicidio políticamente rentable. El resto es leyenda: Pururaukas brotando de la piedra, Tiwanakus disfrazados de milagro. La momia de Osccowillca, nuestro antepasado común, por tanto, un dios, secuestrada como rehén simbólico. Nada desmoraliza tanto como ver tu dios amarrado a la asta enemiga. Jugada suicida, pero maestra de Pachacútec, que, si perdía, el imperio se llamaría chanka.
foto por: Hasaf Muñoz.
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- Ensayamos un mes entero. Quechua chanka sin acento turístico, bien pronunciado y entonado, voces aflautadas por la altura, coreografías ajustadas por cadetes de la academia Papicha —alguien tiene que marchar derecho, aunque sea por actuación—. El distrito de Pacucha nos alimentó con “ollas comunales”; la Municipalidad de Andahuaylas, antaño mecenas, apenas soltó 300 uniformes (la caridad se mide en cifras redondas, no en tela resistente). Los profesores Adrián Zúñiga y compañía sudaron la dignidad chanka. Cada quien pagó su penacho, su pectoral, su ampolla. Al final, el arte, la historia y la memoria de los legendarios chankas se revive por puro empuje de los descendientes. ¿El Estado?, habrá estado sentado detestando la dura historia.
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- Y entonces el momento incómodo: la procesión de ruinas reales detrás del telón de cartón-piedra. El muro norte del ushnu de Sóndor se desplomó como galleta vieja, el techo de paja ardió por la gracia de vándalos que confunden historia con fogata, y dos comunidades —Huayccon y Cotahuacho versus una asociación turística trucha— se disputan la propiedad como si Sóndor cupiera en un título de dominio. ¿Se puede uno creer que un sitio arqueológico entra en tribunales de juicio de bienes? La Municipalidad de Pacucha ha denunciado el usufructo irregular; 42 socios (dicen que ahora menos) cobran peaje sin convenio ni pudor, mientras el Ministerio de Cultura firma silencios con membrete.
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- No hay cerco perimétrico, pero a dos cuadras brotó un parque de tirolesas y glamping que vende “experiencias místicas” en carpa climatizada. Privatizaron la adrenalina; la memoria sigue en oferta de remate. La pista asfaltada muere en la orilla de la laguna Pacucha, y desde allí subimos envueltos en una nube de polvo que haría toser al mismísimo Pachacútec. En cada tornillo de la tirolesa hay más inversión que en la restauración del muro caído. Un turista despistado podría pensar que la cultura Chanka era experta en zip-lines.
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- Aun así, al caer la tarde, los tambores resuenan sobre el agua quieta y uno siente que la derrota de Yawar Pampa no fue final: mientras haya quienes hablen nuestro quechua y afilen lanzas de chonta revestidas de clavos de bronce, el relato sigue escribiéndose. Si las piedras un día se volvieron hombres, hoy los hombres nos volvemos piedra para no ceder otro ladrillo a la desidia ni al olvido. Sóndor seguirá más vivo que nunca, porque los que descendemos de esa estirpe seguimos parados aquí, allá y más allá.
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Cierro esta crónica —ironía incluida, sarcasmo de posguerra— con una invitación no tan diplomática: que el Estado venga sin delegados de selfie, que las comunidades firmen paz antes de que el siguiente muro se desplome, que el turista deje propina de conciencia, y que el próximo junio la pirámide amanezca con andamios y no con cintas de peligro.
foto por: Hasaf Muñoz.
Porque si algo nos enseñó esta escenificación es que las grandes derrotas se escriben cuando el enemigo está dentro, no fuera. Y aquí adentro, entre la negligencia y la ambición, la batalla recién comienza.
Publicado: hace 12 horas
Por: Julio Zúñiga, cronista-actor.
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